jueves, 3 de septiembre de 2015

CRÓNICAS DE PERIFERIAS: MANTEROS (Alfa y Omega 4/9/2015)



Mamadou es mantero. No forma parte de ninguna mafia como cree la gente. Ser mantero no es su sueño, pero tiene que comer cada día, pagar el alquiler de su habitación y mandar algo de dinero a su familia en Senegal. Compra bolsos de imitación de Carolina Herrera y cinturones de Luis Vuitton  a “los chinos”  y los vende en la puerta del Sol. Vende en grupo porque es la manera  que tienen los manteros de ayudarse y protegerse juntos. 

Mamadou tiene 28 años y unas largas piernas acostumbradas a correr. Lo hacía en Senegal, cuando iba a la escuela y tenía que recorrer 12 Kms diarios para llegar a ella cada día y sigue corriendo ahora, cuando huye de la policía  que le  acosa  por cometer un delito contra la propiedad intelectual, según la nueva Reforma del código Penal. Pero paradójicamente quien le acusa de robo es Luis Vutton, tercera mayor fortuna de Europa.     

Mamadou  tiene tres hermanos pequeños en su país de origen. Ellos son la causa de sus carreras. Ellos fueron su motivación para cruzar el desierto y arriesgarse a embarcarse en la patera. A Mamadou  le  gusta mucho estudiar, aunque tuvo que dejar de hacerlo pronto. Por eso no quiere que a sus hermanos les pase lo mismo. Por eso se arriesga cada día vendiendo en la Puerta del Sol cinturones y bolsos de imitación. 

Mamadou no es mantero. Ningún top manta lo es. Ser mantero no es oficio es un acto de supervivencia. En su país era mecánico y en sus 8 años en España se ha  formado como jardinero, electricista y fontanero. Hace unos años regularizó su situación trabajando como cuidador de un señor mayor, vecino suyo, pero el señor murió y al quedarse de nuevo  sin trabajo no ha tenido más remedio  que volver a la manta, como muchos otros de sus compañeros hoy.

Desde hace cinco años es voluntario en la asesoría legal de una asociación, en la que hace de intérprete con sus paisanos que no hablan bien castellano. Tiene mucho amigos españoles pero todavía no ha podido borrar de su cabeza el infierno que vivió en el barrio de Boukalef  o en el  monte Gurugù en Marruecos, hasta que finalmente una noche pudo llegar a las costas de Algeciras, donde buenas gentes le acogieron y ayudaron mucho, gentes como las que forman la Red Interlavapiès con las que ahora en Madrid está organizado  y nos repite insistente y sin perder la calma: “La gente tiene que saberlo. No somos delincuentes, somos sus vecinos. Sobrevivir no es un delito”  


Pepa Torres Pérez        

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