viernes, 5 de febrero de 2016

LIBERTÉ, ÉGALITE; FRATERNITÉ



He estado en Francia recientemente. Tenía una “cita” pendiente con una amiga del alma desde hace tiempo. Mi amiga es marroquí. Nos conocimos hace años, cuando ella era muy joven y llegó a Lavapiés con una maleta cargada de sueños y deseos de libertad. Ahora vive en el Sur de Francia con su marido, hijo también de la emigración española en el país vecino en la década de los 60.Un francés andaluz, como el mismo dice. Mi amiga hace tiempo sacó de la maleta algunos de sus sueños para compartirlos con su hija francesa en esa etapa de la vida de las mujeres tan bonita, pero también tan dura como es la crianza. Su pueblo es una localidad turística que vive de la hostelería, con un buen nivel de vida, gracias sobre todo a la mano de obra migrante, la de los 60 (andaluza fundamentalmente) y posteriormente la magrebí.

El ideal de vida francés Liberté, Égalite, Fraternité, aparece en todos los rótulos por las calles y en las fachadas de los edificios públicos, pero sin embargo a las mujeres y hombres marroquís sólo los he visto trabajando en el mantenimiento de los numeroso hoteles y campings que hay en el pueblo. Mi amiga dice que es como “vivir juntos en mundos separados” y que eso es quizás lo que más le cuesta de su nuevo lugar de vida, acostumbrada como estaba al mestizaje de Lavapiés. Echa de menos también el tejido asociativo, prácticamente inexistente en su pueblo, que cuenta con unos buenos servicios sociales, pero donde las mujeres como ella sólo son vistas como receptoras de ayuda, cuando lo que ella quiere también es aportar y colaborar en la vida social del pueblo.

Mi amiga es transgresora y creativa por naturaleza. Quizás por eso para romper la rutina de su vida ha inventado “los martes de las mujeres”, llamados así porque ese día mete en su coche a su suegra y otras mujeres de origen español y van a la frontera para tomarse una tapa española y contarse sus vidas. A veces van también con ellas algunas amigas marroquís. En estos encuentros ha conocido las condiciones tan duras con que la migración española se encontró cuando llegó a este lugar y también los esfuerzos de las mujeres por su integración y la de sus familias. Escuchándolas ha sentido que, salvando las diferencias generacionales, su vida en muchos aspectos es como un espejo.

En estas conversaciones también ha conocido la dura experiencia del exilio de los republicanos españoles y ha aprendido quien fue Antonio Machado y como murió de pena, como dice su suegra, en Colliure, muy cerca de donde ella vive. En las conversaciones con estas mujeres ha conocido una página muy oscura de la historia española que es la de los campos de concentración franquistas en Francia, como el de Argelès-sur-Mer, donde malvivieron más de 100.000 refugiados españoles condenados a la humillación y al olvido. También mi amiga, como ellas se pregunta muchas veces ¿Cuándo se deja se ser inmigrante en un país?¿Cuándo se deje de ser extraña? porque muchas de ellas a sus ochenta años, aun no lo han conseguido. ¿Cuándo se gana la ciudadanía, la que dan los papeles y la otra, la de ser una más , la de no ser percibida como la de fuera, la ajena, la extraña… ¿Cuándo la extranjera pasa a ser la hermana, me preguntaba yo también al escucharla, evocando a Audre Lorde [1]. Mi amiga está convencida que el instrumento fundamental para la integración es la lengua, por eso está empeñada en aprender perfectamente el francés, no sólo hablado que ya conoce bien, sino el escrito, como ya se esforzó con el español. La lengua es integración, la lengua es participación dice y repite constantemente, a la vez que tiene claro que su hija no debe olvidar nunca el marroquí para que cuando se mayor pueda en leer en su lengua materna a Fátima Mernisi. 

Al pueblo han llegado también refugiados sirios. Ella se ofreció para hacer de intérprete, pero los servicios sociales no lo vieron conveniente. Sabe que están en un camping, en las afueras de la localidad a la espera de que se terminen un lote de viviendas sociales que se están construyendo para ellos, pero en el pueblo no se les ve por ningún sitio. Son invisibles. Reciben una ayuda económica y bolsas de alimentos. Dice mi amiga que tras los atentados de París apenas salen del recinto donde están ubicados y que ahora es todo más difícil.Mi amiga está feliz en su pueblo con su marido, su hija, su nueva casa, los cursos que esta estudiando y los apoyos a la maternidad que recibe, pero la vida en Francia le resulta muy fría. Echa de menos el calor y la energía de las luchas, de las movilizaciones. Mientras la escucho me llama la atención sus preguntas por el nuevo ayuntamiento y los cambios políticos en España y me recuerda las emociones que vivimos juntas con tanta gente aquel 15 M que dio a luz tanta novedad y esperanza.

Su acogida y la de su marido ha sido entrañable y generosa. Nunca deja de sorprenderme la hospitalidad musulmana y la andaluza sea cual sea la hégira en la que se encuentren. La última sorpresa que me regaló mi amiga fue la invitación a un acto en el centro cívico de la ciudad en el que el alcalde del pueblo iba a informar a los vecinos y vecinas de sus proyectos para el nuevo año. Su marido no quiso ir porque decía que se trataba de un acto político. Pero ella se puso su abrigo más elegante y traspasando una barrera policial en la que nos tuvimos que identificar varias veces, no sé cómo consiguió que acabáramos sentadas en la tercera fila del salón de actos. A mitad de la charla me guiñó un ojo y me dijo: “Quiero que la gente sepa que a las mujeres marroquís no sólo sabemos hacer dulces y trabajar, sino que nos interesan las cuestiones sociales” 

En estos días de vuelta a Madrid no sé si es si es por nostalgia de la amistad distante en Kms de mi amiga, o por las noticias con que nos bombardean cada día sobre la identificación entre yihadismo e Islam o la oleada de deportaciones de inmigrantes económicos que se están planificando en muchos países europeos, tengo una extraña sensación en el corazón que aún no se darle nombre y que leyendo a Laura Caselles[2] consigo consolar suavemente: 

“Cómo decir perdón en el idioma del que irrumpe
y buenos días, y toma
 y he venido a conocerte, aprender,
cómo decir gracias en el idioma
de los que también rasgan
y tambiénse desgarran,
cómo decir café, cariño, patria,
shalom, salam aalaikum
aprender cómo se dice pasa, entra, esta es mi casa
en un país al sur del que apenas
quedan ruinas, aprender,obrigada, spasiba,
 aprender qué colores no existen en las lenguas de África.
Y cómo responder que sí en Pekín.
Llegar a las ciudades y descubrir los entresijos del mercado,
entender,aprender cuál es en cada tierra
la etimología de alma, y de qué modo
saludaban al miedo mis bisabuelos.
Encontrar las palabras elementales.
Y luego hablar "






                                                          Pepa Torres Pérez 










[1] Audre LORDE, la extranjera, la hermana, Horas y horas, 2003.
[2] Laura CASELLES. Lugares comunes, Hiperión 2011.

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