miércoles, 29 de junio de 2016

Cena de Ramadán ( Alfa y Omega.Junio 2016)


En su país eran estudiantes, comerciantes, informáticos. Aquí son vendedores de agua en la noche madrileña. Les podemos ver con sus carritos de la compra cargados de pequeñas botellas de plástico que son la fuente de ingresos con la que sobreviven y enviar además algo de dinero a sus familias. Sus economías como el resto de sus vidas son un milagro. 

Un milagro con sonrisa, porque son tremendamente afables y respetuosos, aunque paradojas de la vida, hace unos días en una reunión vecinal con la policía, se les consideró como uno de los mayores problemas en el distrito Centro por la actividad ilegal que realiza: vender agua. Sin embargo, como cientos de inmigrantes en Lavapiés, viven en una infravivienda con riesgo de derribo y su casero les cobra mensualmente 800 E, pero eso, al parecer no es un problema para la convivencia en el barrio.
Anoche nos invitaron a su cena de Ramadán. Cuando llegamos estaban aún rezando y nos invitaron a sumarnos a su oración sentándonos en el suelo. Al terminar la oración y tras el bismillah Ar Raham Ar Rahim, su bendición, nos ofrecieron samosas, arroz y unas tortillas de lentejas. Mientras cenamos algunos recibieron llamadas de su familia desde Bangladesh, Dinamarca, Italia, y nos pidieron que las saludáramos, porque nosotras éramos su familia de acá.

Mientras cenábamos hablamos también de literatura y poesía, de Tagore y de Nazrul Islam, que son dos grandes símbolos de la independencia de Bangladesh y su cultura. En nuestra cena hubo un recuerdo también, con dolor y rabia, para algunos amigos que en estos días del Ramadán están en el CIE de Aluche, sin haber hecho nada más que no tener el permiso de residencia y hablamos también de la manifestación del próximo sábado 18 J para exigir su cierre.

Avanzada la noche terminamos hablando de religión y entonces fue cuando emocionados nos compartieron que el Ramadán era para ellos purificación y fuerza. Fuerza para perdonar, fuerza para luchar y fuerza para ser generosos y practicar la hospitalidad.

Llegamos a nuestra casa, silenciosas, sobrecogidas una vez más por la calidad y la calidez de estos amigos del mundo entre quienes tenemos la suerte de vivir y con una pregunta que ninguna nos atrevimos a decir en voz alta ¿Y si hiciéramos todos y todas el Ramadán?.



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